Los Youtubers no son un fenómeno nuevo, pero no por ello no es algo que deje de impresionarme. Tanto por la parte de quien decide grabarse y desnudar todos sus pensamientos al mundo entero, como la persona que se sienta al otro lado de la pantalla. Todos en mayor o menor medida hemos visto algún vídeo en Youtube de algún adolescente contando con cierta gracia su visión del mundo, pero lo que no entenderé nunca es que estos chicos y chicas se hayan convertido en auténticos mesías de opinión.
No hay más que ver alguno de los videos de Auronplay, Elrubius o cualquiera del estilo y leer los comentarios de sus videos. Pasando por alto el afán de protagonismo que tienen estos muchachos, son sus seguidores los que realmente me llaman la atención. Personas sin ningún sentido crítico, cada vez que el líder da su opinión acerca de cualquier tema, estos salen a respaldarle sin intentar pensar que hay detrás se esos videos. Ese nivel de adoración a personas que lo único que demuestran es saber ofender a los demás. Y como siempre pasa en la vida, pagan justos por pecadores.
En Youtube hay muchísimas personas hablando de temas interesantes y que aportan mucho más a la sociedad. Pero son finalmente los que se dedican al insulto fácil, a humillar a otras personas, a hacer de la ignorancia su bandera las que triunfan entre los jóvenes. Actitudes cobardes que sólo pueden ser hechas con la seguridad que da no tener en frente de ti a otras personas. Dudo mucho que cualquiera de estas estrellas de internet sea capaz de decir lo que dicen en sus videos a la cara a las personas a las que atacan en ellos.
En todo el mundo, y muy especialmente en España, los programas de entretenimiento, corazón, los deportes como el fútbol han atraído a más personas que los documentales, las programas de opinión o los debates. Pero el fenómeno de los Youtubers va más allá. Personas que necesitan que les digan constantemente lo buenos que son, lo buenos que son sus vídeos. La competencia constante por conseguir que su último vídeo tenga muchas más visualizaciones que los de sus compañeros hacen que cada vez tengan menos límites en reírse de cualquiera.
Que millones de jóvenes pasen varias horas al día viendo este tipo de vídeos no hace más que aumentar el círculo vicioso, incitando a otros muchos a grabarse contando la primera tontería que se les pasa por la cabeza y subirla a Internet. Personas así, con pocas luces, las ha habido toda la vida. El problema es que ahora este tipo de gente puede ser un referente para muchas otras a través de las facilidades de Internet. Y esto provoca que las personas que antiguamente hacían el ridículo en su pueblo ahora lo hagan a nivel planetario. Muchos de estos jóvenes se arrepentirán tarde o temprano de todo este exhibicionismo indecente, pero puede que cuando lo hagan, ya sea demasiado tarde.